País Vasco: bello, rico y con carácter.
Nuestro viaje comenzó el 2 de abril y duraría ocho días. El pronóstico sobre el tiempo era inquietante. Sin embargo, adelanto, que aunque algún día llovió, hizo frío y hasta vislumbramos algo de nieve, nada nos impidió cumplir el programa previsto. No voy a hacer un recorrido exhaustivo de nuestras paradas, sino destacar lo que más me asombró, lo que hizo que este regreso al País Vasco, pues lo conocía de anteriores incursiones, haya valido la pena.
Nuestro animoso grupo de viajeros.
Sin duda, Vitoria es una ciudad que merece una visita. Para mí supuso un descubrimiento. Es una gran desconocida. Mucha gente ha estado en Vitoria “de paso”, sin dedicarle tiempo limitándose a comentar la buena impresión que da y seguir camino. Vitoria es una ciudad sorprendente, que goza de un urbanismo moderno ordenado que transmite paz. Calles anchas, edificios que respetan la homogeneidad de las alturas de cornisas, abundantes parques y zonas verdes, muchas sendas para caminar, montar en bicicleta o a caballo, sin molestar a nadie, sin que nadie te moleste. Una ciudad limpia que ofrece calidad de vida a sus residentes. Esto respecto a la parte nueva. El centro histórico, asentado sobre una colina y conocido como la Almendra, por su forma ovalada, pide un recorrido a pie. Sus calles mantienen el diseño de la ciudad medieval y centro del comercio que fue en la época de Alfonso X el Sabio, cuando se abrieron las denominadas Cuchillería, Pintorería y Judería, que se agregaron a las de Correria, Zapatería y Herrería, llenas hoy de palacios, de historia, de comercios, de restaurantes y de vida. Indispensable la visita a la Catedral de Santa María, majestuosa y hermosa. Construida entre los siglos XIII y XIV sobre un templo románico. En la actualidad se encuentra en obras pero puede visitarse en grupos limitados y guiados. Es lo que hicimos. El proyecto de restauración es complejo y tan interesante como el edificio en sí.
Vitoria fue nuestro centro de operaciones porque allí se encontraba el hotel, confortable y en un sitio inmejorable, a un tiro de piedra del centro comercial, los cines y las tabernas donde cenar pinxos sofisticados, sabrosos y baratos. Vitoria me ha dejado un recuerdo maravilloso.
Plaza de la Virgen Blanca. Inicio itinerario por el Centro Histórico de Vitoria
Sin duda, de todo lo que he visto en este viaje, lo que más me ha impresionado ha sido el Santuario de Arantzazu. Se encuentra a 10 km de Oñati, en el corazón de Euskal Herria, rodeado de un paisaje estremecedor por su belleza y roquedales, por las formas puntiagudas de las montañas, por la tonalidad de verdes y grises de sus bosques. Una naturaleza que evidencia su magnitud y empequeñece la nuestra como individuos propiciando la gestación de una atmósfera de espiritualidad, respirable incluso por los no religiosos. El monasterio original, del siglo XV, fue pasto de varios incendios por lo que el actual, la basílica nueva, se comenzó a construir en 1950, en pleno apogeo de la dictadura de Franco. Y esto es lo realmente sorprendente por lo que supone de ruptura respecto a la tradición católica de nuestro país, por lo revolucionario de sus formas arquitectónicas exteriores e interiores, sin duda, única, heterodoxa e inolvidable. Esta maravilla se debe a la intervención de un equipo de profesionales geniales cada uno en su campo que debieron conjurarse para resistir presiones y mantenerse fieles a su patrones de creatividad: los arquitectos Sáenz de Oiza y Laorga; los escultores Jorge Oteiza y Eduardo Chillida; los pintores artistas Lucio Muñoz, autor del original retablo principal, y Néstor Basterretxea que decoró la cripta. El resultado es un conjunto áspero por fuera –tres torres grisáceas forradas de puntas de piedra que representan el espino- y colorista el interior, un auténtico regalo para los sentidos. El retablo de Lucio Muñoz de 600 metros cuadrados en madera policromada, conforma un escenario original difícil de describir. Lo cierto es que cuando vislumbré la mole desde la lejanía, en el autobús, pensé que no me iba a gustar y cuando salí de allí me sentí enamorada de aquel recinto provocador. También confieso que no todos eran de mi opinión. La contemplación del arte es subjetiva y, en este caso, la convergencia de reacciones contradictorias esperable. En cualquier caso, un lugar imprescindible para un viajero que se acerque al País Vasco.
Fachada principal Santuario de Arantzazu
Retablo policromado de 600 m2, de Lucio Muñoz
San Sebastián-Donostia no me deparó sorpresa alguna porque la conocía bien, pero volver a esta ciudad elegante siempre es grato. Pasear por la Concha, subir al monte Igueldo y reflexionar sobre la perfecta ubicación de la ciudad, deleitarse ante unas vistas que muestran como ante la exquisita naturaleza la mano del hombre ha sabido intervenir sin herirla demasiado, pisar el verde césped que rodea el Palacio de Miramar, ubicado en un lugar estratégico sobre la colina que separa las playas de la Concha y Ondarreta –la regente María Cristina demostró poseer vista y buen gusto-, recorrer las sendas de los jardines que lo rodean, hacer fotos para preservar estos buenos momentos de las debilidades de la memoria, constituyó un programa delicioso para nuestro grupo.
Me interesó mucho la visita que hicimos a las Bodegas Marqués de Riscal, situado en Elciego (Álava), rodeado de viñedos en perfecta alineación, y compuesto por la bodega propiamente dicha, construida la parte más antigua en 1858, y un edificio nuevo destinado a hotel cinco estrellas del arquitecto Frank O. Gehry. Me atrajo más la bodega antigua y conocer el proceso de elaboración del vino y, especialmente, me fascinó la vinoteca que acumula botellas de todas las añadas, desde mediados del siglo XIX, para un uso de investigación e histórico. El lugar es impresionante e invitaba a un cierto recogimiento o sugería un escenario lleno de misterios estimulantes para una fantasía creativa. El edificio de Gehry recuerda demasiado, por su cubierta de titanio y formas redondeadas, al Museo Guggenheim de Bilbao. Me hubiera gustado verlo por dentro pero no fue posible.
Vinoteca de las bodegas Marqués de Riscal
Voy a acabar estos apuntes del viaje con la ciudad de Bilbao y el inteligente proceso de transformación que ha abordado con enorme energía. Mi primera visita a Bilbao fue hacia 1970. Entonces me encontré con una ciudad caótica, en parte por su orografía, tomada por la empresa Altos Hornos que impregnaba la atmósfera de productos contaminantes, tiznaba las fachadas de hollín grisáceo y llenaba la ría de sedimentos putrefactos. Mi impresión fue de horror. Incluso vi barrios enteros de viviendas de dos plantas atravesadas por enormes tuberías que, como un brazo extensible de la empresa, arrollaba cuanto se ponía a su alcance. Hoy todo esto ha desaparecido o está desapareciendo. Bilbao ha dejado de ser una ciudad industrial para convertirse en una ciudad de servicios. Su principal apuesta fue el Museo Guggenheim, inaugurado en 1997, punta de lanza de una operación urbanística de gran alcance que está conduciendo al saneamiento de la ría, la urbanización de sus orillas con proliferación de parques y espacios verdes, la sustitución de edificios viejos por otros modernos con el sello de prestigiosos arquitectos, el derribo de ruinosas naves industriales y la rehabilitación de barrios enteros. Bilbao hoy es una ciudad luminosa y limpia que invita al paseo para descubrir sus bellezas hasta hace poco ocultas. Un ejemplo de lo que una buena política urbanística puede conseguir cuando hay empeño en hacerlo bien y dinero para llevarla a cabo. La visita a Bilbao me pareció instructiva. Ofrece mucho al viajero, además del Museo Guggenheim del que ya se ha hablado en abundancia en medios de comunicación y que, por supuesto, hay que recorrer y admirar por dentro y por fuera.
Detalle fachada principal Museo Guggeheim
Ahora toca ir pensando en el próximo viaje. Agur.
María García-Lliberós.