CONTRA VIENTO Y MAREA. VIAJE DE FALLAS A OPORTO, 2018
Lo intuíamos, el vuelo hacia el Oeste (no el territorio de las películas americanas sino el país más cercano al nuestro, en ese punto cardinal), iba a ser complicado el 14 de marzo. Y es que las borrascas con nombres femeninos y masculinos (alternándose) iban una a una alternándose, con sus muchos kilómetros de viento y sus lluvias, en algunos lugares, torrenciales, en su despedida del invierno y comienzo de la primavera. Y así fue, el avión que tenía que llevarnos a Oporto, vía Lisboa, no llegó al aeropuerto sino más de tres horas después. Y como la compañía TAP no tiene oficina en Manises, radio macuto comenzó, por boca de unas u otras personas, ligadas o no al aeropuerto, a dar noticias diversas: que si el vuelo ha tenido que volverse a Lisboa al poco de salir porque se ha encendido una luz roja, que no ha salido por el tiempo, que si ha sido desviado a otro aeropuerto y no emprenderá el vuelo hasta… ni se sabe.
Nunca sabremos cual sería la verdad, aunque la TAP se agarrará a la no salida de destino por cuestiones de seguridad en el vuelo: la susodicha borrasca.
Con nerviosismo comimos en el aeropuerto. Eso sí, se nos dio un cheque para comer decente. Y a esperar, mientras alguno nos notificaba la anulación incluso, por el tiempo, de algunos AVE con dirección Madrid.
El problema estaba también en el enlace Lisboa-Oporto porque estaba claro que perdíamos el avión en tránsito. Menos mal que, al menos, se consiguió, gracias a llamadas continuadas, para negociar con la TAP, tanto de nuestra maravillosa guía Esther como de la agencia que llevaba el viaje. Por ello pudimos, en vez del primer avión ofertado en ese tránsito para llegar a las 12 de la noche a Oporto, se consiguió retrasar media hora. una de las salidas de los vuelos desde Lisboa a Oporto de la TAP, para nada más llegar de Valencia poder tomar ese avión.
Con la borrasca en el aire el viaje, mejor los viajes, moviditos pero al fin varias horas más de lo previsto llegar a Oporto e irnos, en un excelente bus llevado por el experto Paolo, que lo tendríamos en todas las salidas con nosotros, hacía el hotel, donde nos esperaba la cena. Un buen hotel, muy cerca del centro.
Al día siguiente, ya rehechos del susto airoso, nos dispusimos a visitar Oporto, el lugar donde naciera Portugal, una hermosa ciudad con sus calles en subidas y bajadas constantes, sus Iglesias doradas, sus casas coloristas. Cómo la mayoría de los días del viaje el tiempo, salvo en un caso, nos respeto: cuando caminábamos por la ciudad no llovía, en cuanto entrábamos en un lugar cubierto se ponía a llover. A eso se llama precisión.
Mañana intensa en ese paseo por la ciudad, dejando la tarde para la visita a la catedral y al Palacio Episcopal, edificios ambos elevados sobre la ciudad, al borde de la muralla y cuyo río Duero cimbrea a sus pies.
Al mediodía y después del paseo se pudo saborear los manjares de la tierra, el vino y sus soberbios dulces. Y visitar lugares curiosos como su colorista café Majestic. No faltó quién fuera a la librería Lello, mal conocida como la de Harry Porter, por la creencia que allí se rodaron escenas de las películas de la serie, pero no es así: se realizó una reproducción en estudios. Al lado una de las tiendas más sorprendentes y divertidas de la ciudad, A vida portuguesa, donde en sus dos pisos se puede encontrar cualquier cosa y para cualquiera siempre que se trate de objetos fabricados en Portugal.
Enfrente la torre de los Clérigos con su empinada bajada que nos lleva a la gran plaza, el centro de la ciudad, del Marqués de Pombal. En sentido contrario los dos Carmenes, las iglesias mal llamadas de los ricos y los pobres, y digo mal llamadas porque ambas rezuman dorado por todas partes, eso sí, una es más pequeña de la otra.
Enfrente la parada de los tranvías típicos que llevan a cualquier zona ya sea arriba (hacia la muralla) o abajo (la desembocadura del Duero). Asombra verlos así, cómo enclenques, sobre todo al comprobar la energía que acometen una cuestas que casi pareen paredes verticales.
Por allí un gran cartel en letras rojas proclama que estamos en Porto. No sé dudó, allí había que hacerse una fotográfica de grupo.
Más allá, pero eso lo descubrirán algunos aventureros de ciudades, se encuentran los hermosos jardines del Palacio de Cristal con su centro de exposiciones, sus senderos románticos y su balcón que se asoma al Duero.
Y si hubiéramos seguido el sentido contrario, que fue por donde nos condujo la experta guía local, llegaríamos a la Plaza, centro de la ciudad, Marques de Pombal con la cercana, y hermosa, estación modernista en uno de sus costados y la Catedral en lo alto. Una ciudad, en fin, para degustar poco a poco, perdiendo por sus callejuelas, zigzagueando para evitar la cuesta más empinada y llegar a… cualquier sorprendente rincón.
Aunque conoceríamos otras poblaciones en los días siguientes, siempre volvíamos a Oporto para seguir acariciándola con el conocimiento de nuevas miradas.
Al día siguiente nos fuimos a embebernos de la historia portuguesa buscando sus inicios en la no muy lejana Guimaraes, con su casco antiguo rodeado por la ciudad nueva. Antes nos esperaban en un pueblecito Rates, para admirar su impresionante, una de las mejores de Portugal, iglesia románica de San Pedro de, claro, Rates, quién fuera obispo de Braga. La guía que nos esperaba se había preparado a conciencia la visita. Era sorprendente que un grupo de casi cincuenta persona hubiera mostrado su interés por conocer esa iglesia, aparente, perdida en el mapa portugués y cuyo conocimiento, como de otros muchos sobre esta zona en partículas y sobre Portugal en general, nos fue transferido por el libro de Saramago, Viaje a Portugal.
Guimaraes con sus cuestas, el castillo, las iglesias, las historias-leyenda de Wamba y el Olivo, el típico restaurante dejó un corto tiempo para que saboreásemos mínimamente el excelente museo de Alberto Sampayo. Un lugar, para, quien pudiera en otro viaje al lugar, admirar sin prisas. Eso sí, aquí en el trayecto del Palacio de los Duques de Braganza al museo, diluvió como obertura de la gran granizada que nos cogería, ya en el bus, en la vuelta a Oporto, debido a la cual durante un tramo, la carretera, quedo cubierta de tal capa de hielo que parecía haber caído una impresionante nevada.
Al día siguiente estuvimos en Coimbra. Impresionante su Universidad. La ciudad, descuidada, que en ciertas zonas aparece como tambaleante y herida, es otra cosa. Parece mirar desde abajo a la Universidad que desde su altura parece haberla engullido. Coimbra, de todas maneras, para conocerla bien hay que embeberse de ella y eso, en un día, es difícil. Ahora bien si Oporto sube y baja, Coimbra sólo parece subir y subir… como si la Universidad nos llevase directamente al cielo.
Braga, sede episcopal, cercada por sus muchas iglesias, es una ciudad, sorprendentemente, repleta de juventud. Hermosa catedral y, bueno, resulta sugerente, al menos, subir o bajar las numerosas escaleras que llevan, en las afueras de la ciudad, al Santuario de Bom Jesus. Eso si el autocar puede llegar hasta lo alto o si se prefiere, más divertido, utilizar un curioso elevador que funciona con agua. Esa tarde nos esperaba una de las iglesias más antiguas (y pequeñas) de la ciudad (y quizá de todo Portugal), San Fructuoso de Montelios, pre-románica, quizá de origen visigótico, a la que se accede a través del Monasterio-Iglesia de San Francisco. Un lugar donde el viajero tuvo que padecer a quien abría la Iglesia y que sin encomendarse a nadie ofrecía tocar el órgano a quien quisiera. La verdad es que en ese destartalado convento, en el coro, la dejadez era tan total que amontonadas, y pudriéndose estaba almacenado, de cualquier forma, la antigua sillería de la catedral de Braga.
Una pobre, y es que las visitas a las bodegas de Oporto, que se encuentran en la otra orilla el Duero (Vila Nova de Gaia), son así. Que se le va a hacer. Hemos tenido, en los viajes, grandes visitas a buenas bodegas, y con buenas explicaciones, e incluso a bodegas familiares, no es este el caso. Claro, hay muchas y lo único que intentan es promocionar su vino. Y punto. Pero Vila Nova tiene otros alicientes: sus buenos, y no caros, restaurantes (sobre todo en comparación de los de enfrente), el teleférico que nos sube a lo alto de la población y posibilita acercarnos al Convento Monasterio de la Sierra del Pilar que se encuentra en lo alto o al final del puente de Don Luis, que caminando se puede recorrer, para pasar de un punto a otro (de Oporto a Vila Nova o viceversa), por la parte baja o por la más alta por donde pasa el metro o simplemente pasear junto al Duero en un sentido (hacía su cauce) o hacia el otro (hacia su desembocadura).
De allí de Vila Nova tendríamos que haber hecho, en la última tarde de nuestra estancia en la ciudad, el paseo en barco por los puentes. Pero, la climatología o lo que fuera, volvió a ponerse en nuestra contra. En ese día ningún barco pudo hacer el trayecto, al parecer habían abierto alguna presa con lo que la fuerza del agua era grande. Al día siguiente, por la tarde salíamos, y nadie, en aquel momento, nos podía asegurar que en la mañana siguiente los barcos pudieran estar activos. Ante la duda se decidió dejar el paseo y ya se sabe queda para una nueva visita a la ciudad.
En la tarde frustrada, unos decidieron seguir paseando por la zona y luego volver al centro como mejor pareciera o volver al hotel en nuestro bus, que acudió a recogernos, y dedicar la tarde a seguir sondeando al inabarcable Oporto.
La última mañana cada uno la empleo como mejor le pareció. Algunos se dirigieron en tranvía hacia la muralla para conocer la pequeña Iglesia de Santa Clara (y como no dorada por dentro), rodeada de obras por todas partes, para después recorrer, por la parte de arriba, el puente de don Luis. O, porque no, pasear por los jardines del patio de Cristal en cuya centro de exposiciones nos podía aguardar alguna sorpresa como la de un espejo que semeja romperse si pasamos por su lado.
El viaje de vuelta, a diferencia del de ida, fue rápido y preciso. Al llegar a Lisboa una azafata, esta sí de la compañía, nos esperaba para llevarnos al lugar de embarque para Valencia, que fue inmediato.
Ya de noche llegamos a una ciudad silenciosa (después de los días de fallas, nit de foc, ofrendas, cremá) y callada que dormía en busca de un sueño reparador. Ese mismo que nosotros íbamos a buscar, debido al cansancio acumulado por otras razones. Nuestro viaje, comienzo de un nuevo, había llegado a su final. El bello recuerdo de la hermoso, sugerente e hipnótica Oporto, quedaba ya atrás (teneis un reportaje de fotografías en https://www.facebook.com/amicsnaugran)
Texto: Adolfo Bellido
Fotos: Elvira Ramos y Manuel Escudero