El Sendero de la Peña Cortada es uno de los más espectaculares de las tierras valencianas. Y es que, el hecho de caminar por dentro de un viaducto y pasar por encima de un acueducto romano, no es una práctica habitual de todos los días. A todo esto hay que añadir el maravilloso grupo de senderistas de la Asociación Amigos de La Nau Gran.
Partimos desde la plaza de toros de Chelva, donde nos dejó el autobús y seguimos por una pista forestal que, dejando a un lado del sendero los restos de un puente romano, nos llevó al lugar donde almorzamos, una esplanada donde termina la pista forestal.
Desde allí, siguiendo un estrecho sendero, por la margen izquierda de la rambla de Alcotas, pudimos contemplar el impresionante acueducto romano desde abajo. Volvimos sobre nuestros pasos para comenzar el ascenso hacia la Peña Cortada.
Lo primero que nos encontramos fue con el maravilloso viaducto romano. Una fascinante obra de ingenieria hidráulica construida en tiempos de los romanos para transportar el agua desde el rio Tuejar, en la comarca de los serranos, hasta Liria, que cruza el Barranco de la Cueva del Gato. Esta joya está declarada monumento de Interés Cultural.
El camino está tallado en la roca y atraviesa varios túneles mientras se acerca al enorme tajo en la montaña que le da nombre a la Peña Cortada. Un hachazo en la roca de unos 25 metros de altura y 50 de largo, abierta por nuestros antepasados a golpe de martillo. La roca extraída debió utilizarse para la construcción del acueducto.
Este tramo del sendero tiene mucho encanto. Nos adentramos en los túneles, galerias, ventanas en la roca y espacios abiertos sobre los precipicios, hasta llegar al mirador de la Cortada, donde pudimos contemplar la espectacular grieta.
A mitad camino entre Chelva y Tuejar, donde comimos una deliciosa paella, vimos un acueducto reconstruido que todavía está en funcionamiento y sus aguas sirven para el riego de los campos de la zona.
Para bajar la comida hicimos una visita cultural por Chelva. Atravesamos la primera parte del pueblo hasta llegar a la Plaza Mayor. Aprovechamos que la Iglesia Parroquial estaba abierta, por motivo de una boda, para verla por dentro. Ya fuera, contemplamos el reloj-campanario del año 1887, que indica el día del mes en el círculo exterior y el número de este, en el interior. Entre los dos hay unos círculos que nos dicen en qué día de la semana nos encontramos.
Una vez pasada la Plaza Mayor, nos desviamos hacia nuestra izquierda por la calle San Antonio para llegar hasta La Mezquita del Arrabal. Callejeamos por el Barrio Morisco y Judío de Chelva, recreándonos en sus plazuelas, ermitas y fuentes. Toda una lección sobre la historia de la Villa, una verdadera delicia y gozada.