Dolor y gloria (3) de Pedro Almodóvar
Mirando hacia atrás sin ira
Un director de cine se enfrenta a su dolor, un dolor que implica su apatía creativa, el paso del tiempo, la soledad, las dolencias físicas, y ese director es un tal Salvador Mallo (Antonio Banderas), que en realidad (unido y separado de la propia ficción) es el propio Almodóvar. Los gestos, la forma de presentarse Mallo se identifican con los del director manchego, así como muchos de los datos que el filme propone: los carteles de las películas que recuerdan los de algunos del director, el recuerdo de hace 32 años cuando rodó Mallo, una de sus películas emblemáticas y que nos lleva a La ley del deseo (relacionándose en muchas cosas con la que vemos) realizada entonces.
Ficción y realidad se unen y se separan en una película que intenta abarcar muchas, quizá demasiadas cosas, y en la que está presente la infancia, con el conocimiento del deseo (el primer deseo) que condicionará tantas cosas, y que, de manera perfecta, centra la última parte del relato. El nacimiento del deseo hacía una persona del mismo sexo, insinuado perfectamente en planos anteriores: la mirada sobre del niño sobre el joven vecino, la mano de Salvador niño ayudándole en la escritura. Deseo que centra por otra parte la mayor parte del cine de Almodóvar, algo que incluso le lleva a dar nombre a la productora que lleva con su hermano Agustín, llamada El deseo.
Más que un filme cercano, por los recuerdos que atosigan su vida, la falta de creatividad, a Fellini lo es, por su estructura, como todo su cine, y aunque parezca alucinado, a la obra de Hitchcock y no sólo por la presencia, y fuerza que en la vida de Mallo (y en la de Almodóvar) tendrán las madres. Ahí más elementos como son esos itinerarios enigmáticos, ese sentido de culpa, de frustración de su (sus) personaje (s).
Construida bajo una zigzageante narración dirigida por el azar (el encuentro que le lleva al actor, la entrada del amante de Salvador en el teatro, la pintura encontrada en la exposición aparecida en un rastro), la película enfrenta pasado y presenta, incidiendo en algunas cuestiones ya aparecidas en otros filmes del director (la niñez ya había sido tocada en La mala educación aunque en ése filme se dejan claros los abusos sexuales sufridos en el seminario, que aquí, se insinúan y muy de pasada) y, por supuesto, en todo lo referido al deseo y las relaciones (la dificultad que ellos conllevan).
Filme muy ilustrado, culto, refinado, con los detalles de las pinturas, esculturas de la casa de Mallo o sus lecturas, que nos transportan a un excelente final donde la ficción y la realidad o la realidad y la ficción se reencuentran ante la presencia de un rodaje de una película, la misma que vemos. Una terminación que supone también la liberación y culminación de todo un proceso. Dolor y gloria es, en definitiva, un buen filme de un realizador que película a película se ha ido superando, eso sí salvando aquella película que se inventó hace años, y cuya existencia no se comprende: Los amantes pasajeros.
El gordo y el flaco (3) de Jon S. Baird
Del éxito… al olvido
Stan Laurel y Oliver Hardy es una de las grandes parejas cómicas de la historia del cine. Comenzaron en el cine mudo con gran éxito y consiguieron seguir siendo grandes en el cine sonoro. Mucho mejor sus películas cortas que las largas, algunas muy irregulares, eran muy conocidos y valorados al final de los años treinta, momento que corresponde a la primera secuencia, excelente, de este filme referida al rodaje de Laurel y Hardy en el oeste. Era el año1937, en el que intervinieron en alguna más, momento en el que supone la ruptura con su productora de siempre, el paso a la Fox, con lo que se inicia su declive, e incluso el intento de Hardy de trabajar en solitario (Zenovia, 1939, Gordon Douglas). De hecho antes de su primera trabajo conjunto habían intervenido en película (mudas) por separado.
El más grande era el, aparente, tonto, Laurel, el flaco, el gran genio del grupo. Uno de los más grandes del cine cómico. Su bis cómica, sus gags, creados muchos por el propio actor, ha sido un referente para muchos otros cómicos, no es extraño, por ello, que Jerry Lewis lo tomara como maestro de maestros. Frente a él el listo, y torpe, Hardy era un secundario de altura que servía de manera perfecta de complemento.
El filme, después de la primera secuencia narrada en un espectacular plano secuencia, en la que se muestra la gran actividad de un estudio en los años dorados de Hollywood así como la relevancia de la pareja, salta a los años cincuenta. Acaban de rodar en Francia su última película conocida como Robinsones atómicos y también como Utopía, ya no eran los cómicos aclamados. Laurel intentaba escribir el guión de una película para ambos sobre Robin Hood, cuando fueron contratados para realizar una gira por Inglaterra. Ahora ya hay otros cómicos, en Inglaterra esta Norman Wiisdom, en Estados Unidos una pareja (al estilo de ellos) quiere imponerse. Bub Abbot y Lou Costello (en la película hay una breve escena, un cartel que ve Laurel, que testifica el hecho). Lo que esperan sea un gran éxito comienza testificando su declive: el hotel de, al menos, segunda categoría que les acoge, la lluvia que les empapa, el ladino empresario que quiere aprovecharse de la pareja, los primeros teatros (casi desiertos) en los que actúan.
Poco a poco se va reconvirtiendo la gira, pero en esa subida o reencuentro con su antiguo éxito el filme mostrará la relación entre ambos, la enfermedad de Hardy, la presencia de sus dos (últimas) esposas llegadas desde Inglaterra.
Filme nostálgico, a veces conmovedor, envuelto en una narración de un director que ama a la pareja, de ahí proceden varios de los errores (no demasiados) de un filme, que utiliza los espejos como significación de ambos mundos: pasado y presente, gloria y decadencia. De ahí que el final se alargue en demasía, mostrando la última actuación de la pareja en el escenario de un teatro donde imitan la escena del comienzo del filme. En este momento el realizador, con una cámara juguetona, se fija repetidamente, demasiadas, en las sombras de ambos personajes. Está claro que son, van a ser, una sombra, ya no tienen una existencia real. Un alargamiento innecesario para una película interesante que cuenta con dos actores sensacionales.
Si la película habrá de la decadencia de la gran pareja cómica, la realidad no hace sino reafirmar lo que plantea: su estreno ha supuesto uno de los grandes fracasos comerciales del año. Ni los dos geniales cómicos, ni el filme, dedicado a Louis Laurel, la hija de Stan Laurel, merecían este trato, esta especie de olvido hacia la pareja que tanto nos hizo reír.
Mula (2) de Clint Eastwood
¿Recuerdo de la familia… perdida?
Clint Eastwood, aquel pistolero silencioso, y actor, entonces, prácticamente desconocido (recién llegado de Estados Unidos donde había trabajado en pequeños papeles para la televisión o de secundario en algunas películas) de Por un puñado de dólares (el filme que dio a conocer al buen realizador que fue Sergio Leone), se convertiría con los años no sólo en un actor reconocido, también en un director (con Oscar incluido), productor y creador de una productora (Malpaso) junto a uno de sus dos maestros, el director Donal Siegel. El otro, claro, será Sergio Leone.
Hoy tiene 88 años y se empeña en seguir haciendo cine como director y, a pesar de la promesa de no volver a actuar después de Gran Torino (2008) interpretando también dos películas una dirigida por él (Mula) y la otra por Robert Lorenz (Golpe de efecto) ya sean dirigidas por él o por otro realizador.
La citada Gran Torino es su última gran película. Desde ahí, a un ritmo casi de película por año (ocho filmes en diez años) ha ido dándonos obras con un cierto interés (Sully, Más allá de la vida) junto a otras de escaso interés y alguna muy floja (15: 17 tren a París). ¡Cuánto mejor sería que hubiera clausurado su filmografía con Gran Torino! El problema, parece ser, es que necesita seguir haciendo cine.
Mula resulta aceptable en su comienzo y fatal en su parte final. Con una parte central de, digamos, acción, endeble y tópica en sus personajes, e incluso en la forma de resolver las secuencias. Narra la historia del hombre (el ya anciano actor) arruinado por los nuevos tiempos que sale a flote transportando droga. Antes que la crisis estallara cultivaba plantas y ganaba, por ello, premios. Sin casa y sin poder dedicarse a su oficio se convierte, con su (primero) vieja camioneta, luego con otra más nueva, a ser la mula de una serie de traficantes. Todo ello unido a la presencia de su familia abandonada por sus profesiones. Aquí es donde surge una probable línea de reminiscencias personales al hacer que la hija del protagonista sea la propia hija del director. Tal dualidad permite que el filme derive hacia una reflexión sobre la familia y el trabajo o mejor sobre la unidad de la familia americana. De ahí a potenciar los valores de la sociedad americana gobernada por Trump sólo hay un paso.
El actor-director ganador de muchos premios al igual que el actor del filme en su cultivo de plantas, hace un autoexamen de conciencia sobre su vida profesional para reconsiderar su vida personal alejada de los suyos.
Las escenas del motel, las jugadas a los traficantes resultarían cómicas por su carácter exagerado, totalmente fuera de lugar, pero Eastwood, con una narración tan ágil como discutible, trata de enmendar los errores, sin conseguirlo siempre, que encierra el guión. Lo que desemboca, en su (clásica) tercera parte (o vuelta) de dicho guión en un dislate absoluto.
Si la parte en la que (¿basado, de verdad, como varios más, en hechos reales?) interviene Eastwood, referida a la primera mitad del filme, puede sostenerse, no puede decirse lo mismo que las interferencias producidas por las pesquisas de los policías que siguen al protagonista. Unos añadidos sin interés y mal insertados en el desarrollo del relato.
Puede verse si no se pide mucho a la película. Al menos tiene, en varios momentos, un sabor clásico y eficaz que, de todas formas, termina por embarrancarse en una ideología ranciamente conservadora. Una lastimas
Escribe: Adolfo Bellido López