El libro de imágenes (4) de Jean Luc Godard
Imágenes, reflexiones de la Historia
No se trata de un filme fácil, ni siquiera me atrevería a decir es un filme sino otra cosa, una forma innovadora, como por otra parte ocurre con todo el cine de Godard, de mirar, acercarse al cine. No se trata de contar una historia aunque se hable de la Historia del mundo reciente porque no hay propiamente historia que contar. Esas que gusta relatar después de ver una película: va de esto y de esto otro; el chico –o la chica- se enamora –o se desenamora- y trata de reencontrarse –o de perderse- y al final…
Este filme, o lo que sea no va de eso, está hecho de retazos de películas existentes, de filmaciones llevadas a cabo aquí o allá por los métodos más sofisticados y los más elementales. Las palabras a veces no se corresponde con las imágenes, el color se satura, el formato de las (mismas) imágenes se altera e incluso la pantalla, como pequeños fogonazos, se queda unos segundos en negro, o hay, también, frases que no se traducen.
Cinco dedos conforman la mano, cinco capítulos centrado cada uno en un determinado tema o libro (crónica, real, de ficción), conforman este mundo de imágenes donde se habla, a través de una, a veces, entrecortada voz narrativa del propio Godard, de la violencia, de paz, de dolor, de esperanza y desesperanza, de odios, destrucción y sin sentidos. Reflexiones personales propias o sacadas de aquí y allá.
Imágenes de películas amadas, material obtenido de televisiones, grabaciones de teléfonos móviles, imágenes ralentizadas, aceleradas o congeladas, todo es posible para conseguir desde la sugerencia, centro del cine, una reflexión sobre la existencia, sobre el mundo. Una realidad desde la irrealidad o la búsqueda de una inexistente realidad.
Película, si se puede llamar así, que va más allá de las propias películas. Un filme innovador, que el espectador debe ir creando en la búsqueda de unas enigmáticas claves, del collage de imágenes que van creando, descubriendo, la Historia del mundo a través de la búsqueda de un joven realizador, incansable en nuevas búsquedas, de sólo ¡88 años! Gran parte de su inmensa y visionaria obra, aunque no guste o se desprecie, supone atravesar en encontrar nuevas formas de expresión y representación.
Al final, viradas desde su propia mirada, el filme nos ofrece la triste constatación por parte de Godard, de su propio yo. De su encubrimiento transformador en joven, escondido tras una máscara, que baila y baila (crea y crea) sin cesar, para caer desfallecido. Quizá rendido, quizá muerto, quizá sean sus últimas ¿palabras? a través de las imágenes de uno de sus filmespreferidos: la parte primera de El placer, una de las obra maestra de Max Ophüls.
Filme, o lo que sea, hipnótico, capaz, si lo admitimos, de guiarnos, de dejarnos llevar por el bombardeo de imagen, esas mismas que día a día, de aquí y de allá, recibimos. Godard sigue vivo, ojalá siga dándonos mucho tiempo más estas lecciones novedosas sobre el cine y la existencia.
Green Boock (2) de Peter Farrelly
Destino: Oscar
Los Oscar no son ejemplo de bondad. Igual que los premios. Como mucho de intereses diversos. Un filme como Ben-Hur de Wyler ha sido el más oscarizado de la historia del cine. Y no es una gran película. Gladiator de Ridley Scott recibió no sé cuántos Oscar mientras la película que tomó como modelo, y mejor, La caída del Imperio Romano de Anthony Mann no recibió ninguno. Por su parte Anthony Mann, un gran realizador, jamás ganó un Oscar, ni siquiera honorífico, algo que al menos, antes de que se murieran, se concedió a directores como Orson Welles o Alfred Hitchcock, jamás premiados como directores por la Academia de Artes cinematográficas de Hollywood, lo cual ya tiene delito. Y no sólo ellos, muchos grandes directores, muchas grandes películas fueron ninguneadas no sólo en los premios, ni siquiera fueron incluidas en las nominaciones. Un ejemplo únicamente referido a este año: una de las más grandes películas realizadas el pasado año, El reverendo de Paul Schrader ha sido ignorada por los ¿académicos? del cine.
Ha ganado no la mejor de las nominadas (mejores entre las seleccionadas eran, por ejemplo, El vicio del poder o Infiltrado en el KKKlan) pero si la más acomodaticia, elemental, de una simplicidad apabullante, con un mensaje repetitivo desde el inicio hasta el final. Todo para que al final la gente, ¡cómo no! salga contento del cine y pueda contar a sus amistades, vecinos, familiares, lo buena que es… para él, claro. Un filme que podría haber hecho las delicias de un devorador impenitente de programas televisivas mientras come una hamburguesa con, o sin, patatas y bebe una Coca Cola.
Todo condimentado y bien preparado, a media voz. Con las cosas claras desde el principio: italiano algo burrote sin poder ver a los negros, ante el dolor de su maravilloso mujercita que los aprecia, pero que termina después de un viaje al centro del odio racial, acompañando a un célebre pianista negro, por aceptarlos, amarlos y…, al menos, al gran pianista, invitarlo a cenar en su casa el día de Navidad. Todos felices y fin. ¡Hay quien dé más frente a este conglomerado de buenas intenciones impostadas!
Para comprobar el afán de la película por incidir en el mensaje, o reconducir al espectador a su terreno, bastaría fijarse en la escena final: la del banquete navideño. Ha terminado el viaje, el italiano, ya roto su racismo, convertido el pianista de color en su amigo, invita a comer a su compañero de viaje (ha sido el conductor del coche en el que el pianista se ha trasladado a la América profunda). No acepta, prefiere irse a su casa… vacía. Allí reflexiona. Vemos la comida, con todos los familiares, orondos y contentos como corresponde a una tópica familia italiana, de pronto llaman a la puerta. El espectador sonríe: ya llega el amigo negro. Pues no, para que veas, piensa el realizador, lo listo que soy, te voy a sorprender. ¿Nos escamoteará el final encuentro-feliz? No, tranquilos, es una broma para despistar. Ahora vuelven a llamar a la puerta y ahora sí, podemos irnos contentos, bonachones a nuestras casas. Noche de paz, noche de amor. Y fin. ¡Qué más queremos!
Otro ejemplo de lo forzado del filme podría ser la escena en que es encarcelado el pianista por… homosexual por unos groseros policías sureños (de paso se habla de componendas, para que nada falte, y demás) comparada con la bendita aparición del policía de carretera que cerca de Nueva York ayuda a los viajeros sean blancos, negros, amarillos o indios…
El filme está inspirado en hechos reales. Lo cual no quiere decir mucho, sobre todo teniendo en cuenta que actualmente muchos de los filmes que nos llegan se etiquetan con el referente de basado en hechos reales. Claro que existió Tony Lip, el conductor, y Don Shirley (el pianista) y que hicieron ese viaje, pero eso no válida ni esta, ni ninguna película.
De hecho Tony Lip (1913-2013) trabajaría después en papeles secundarios en el mundo del cine, sobre todo de gánster, comenzando por El padrino de Coppola. Uno de sus hijos, aparece en el filme, aparte de haber sido uno de los guionistas. La familia de Don Shirley (1927-2013) ha protestado por cómo se ha relatado la historia.
De su director no cabía esperar mucho. Su obra anterior, Dos tontos muy tontos, Algo pasa con Mary, Los tres chiflados, entre otras tantas malas películas, al menos ha dado lugar a una película no abominable que al menos se sostiene en su primera parte, pero que se alarga y alarga convencida de su, inexistente, grandeza. Sin duda Farrelly y sus guionistas cuando pensaron en hacer el filme tuvieron en cuenta, con la que tiene muchos puntos de contactos, Paseando a Miss Daisy y si ese, poco memorable título había ganado un Oscar porque no lo iba a ganar éste. BINGO.
El candidato (1) de Jason Reitman
Una más sobre políticos americanos
Una tras otra nos han ido llegando películas sobre políticos americanos que aspiraron al poder. Unos (Dick Chaney) lo consiguió aunque no llegara (ni falta que le hacía a la Presidencia) –mostrado en la interesante El vicio del poder-
mientras otros fueron devorados por los escándalos debido a su propia debilidad a la hora de enfrentarse a los problemas como es el caso de la poco memorable El escándalo de Tedd Kennedy. Ahora lo hace El candidato, otro ejemplo como el de Ted, aunque por otras razones, de aspirante a ocupar la Casa Blanca a tener que abandonar ante la situación extramatrimonial que estaba viviendo. En este caso se trata de Gary Hart.
Hay una película anterior (1972) que lleva el mismo título que está con la que nada tiene que ver. Estaba interpretada por Robert Redford. Y otra más que, como todos ella, en definitiva, hablan de campañas presidenciales, El mejor (1964), un muy interesante filme de Schaffner (el director de la primera películas sobre El planeta de los simios) con Henry Fonda de protagonista.
Esta última, la recién llegada, no tiene prácticamente ningún interés. Poco se podía esperar de su realizador Jason Reitman (Juno; Youg Adult; Hombres, mujeres y niños; Tully) que ahora prepara Cazafantasmas 3 quizá como homenaje a su padre también director de cine (de escaso valor), Ivan Reitman, cuya película más conocida es Los cazafantasmas.
Con todos esos antecedentes poco se podía esperar de este filme, que efectivamente poco da. Se trata de mostrar ruedas de prensa, reuniones de gabinete, conversaciones en las redacciones de los periódicos, algunas fiestas y poco más que pueda definir al personaje principal, del que se insiste sería un bien presidente aunque su desliz amoroso (torpemente expuesto en la película tanto en su desarrollo como en la forma de descubrirse) le lleve a tener que abandonar su carrera política.
No se entiende demasiado, por otra parte, hacia dónde camina el filme porque da la sensación que quiere convertirse en un alegato (ante tanto filme de sentido contrario) contra la prensa capaz de hundir a un buen candidato con tal de vender noticias. Si esa es la idea sobre la que se monta el filme, o la que realmente transciende, flaco favor hace a la libertad de prensa y su papel de denunciar noticias. No distingue, en ese sentido la película, a la prensa honesta de la prensa amarilla uno de los grandes defectos, de un título sin demasiado interés ni por lo que cuenta, ni cómo se cuenta.
Escribe: Adolfo Bellido López