Érase una vez… en Hollywood (4) de Quentin Tarantino
El cambio de una época
Estamos antes una de las mejores películas de Tarantino. Gran conocedor del cine, devorador de todo tipo de películas, admirador de los spaghetti western, ha rendido siempre tributo a ese poco apreciado cine, al menos en los años que estuvo en su apogeo (segunda mitad de los años sesenta-primeros años de los setenta). En este filme recuerda ese cine e incluso el título significa un homenaje a Sergio Leone director de dos títulos indispensables, Érase una vez en el oeste (titulada en España Hasta que llegó su hora) y Érase una vez en América (murió sin poder realizar la película que cerraba la trilogía sobre los géneros clásicos de Hollywood. Debía titularse: Érase una vez el musical).
Su querencia por el cine de Leone la expresa Tarantino en un momento de su filme cuando DiCaprio, en una gran actuación (Brad Pitt también esta genial) dice que va a filmar en Italia una película del segundo gran Sergio, Sergio Corbucci, intuyendo, claro, que el primero es Sergio Leone.
Tarantino realiza un homenaje al cine al tiempo que desliza sobre las imágenes una nostalgia sobre un cine, el de Hollywood, que deja de existir y en el que unos actores van dejando su puesto ante la presencia de otros nuevos. El fin, y el comienzo de una época, marcado por ese año 1969 en el que se desarrolla la película centrada en dos días de febrero y epilogada en una noche de agosto de aquel año. Cambio en Hollywood por supuesto (nada menos que el Oscar pasa de premiar a una película de toda la vida Oliver de Carol Reed por otra, con actores jóvenes, dura e incluso con problemas de censura, Cowboy de medianoche). Y cambio de actores. De, por citar uno del que se habla, Steve McQueen por los Dustin Hoffman o los Al Pacino (presente en la película como una especie de maestro de ceremonias)
Historia, como los western a los que rinde tributo, sobre la amistad. Todo ello a través de una especie de macguffin, al estilo hitchcockiano como es la muerte, en ese agosto de 1969, de la actriz Sharon Tate, embarazada y mujer de Polanski por la secta (mal denominada hippie) de Charles Mason. Todo ello sale en el filme, los dos amigos, uno actor en decadencia que para triunfar debe marchar a Italia, el otro un especialista, Sharon Tate y Polanski y la secta Manson. De manera perfecta, al comienzo, Tarantino va presentado y cruzando los personajes e historias de estos tres grupos: el actor tiene su mansión al lado de los Polanski pero sin que personalmente se hayan conocido, ni cruzado una palabra; el especialista se cruza con miembros de la secta Manson. Dos días para conocer a todos los personajes, para dar una lección sobre la decadencia de los actores, la ascensión de los nuevos, el declive de los western, el dominio de la televisión, el esplendor y la decadencia de Hollywood con sus verdades y mentiras, las vivencias de la colonia Manson. El western, rodajes de esos filmes incluidos (y alusión a otros existentes allí o en Italia y España: se mienta, entre otros, al realizador español Rafael Romero Marchent) y ligeros apuntes de los films de (semi) terror jalonan con gran sentido humorístico todo el filme, a veces disparato como en la parodia del actor especialista en artes marciales Bruce Lee (parece que la familia ha intentado denunciar a Tarantino por ello) o la secuencia (forzada) la niña-actriz intelectual con el método a cuestas, al contrario de los actores y actrices clásicas de Hollywood hechas desde la espontaneidad y sin estudios de arte dramático a sus espaldas.
Tarantino tiene claro que el cine es una cosa y la realidad otro. Ya se había encargado de demostrar ello en Malditos bastardos donde en un atentado elimina a Hitler (no es el único director del mundo que juega con esa dualidad), y a cuya película, aquí se autohomenajea. Por eso se permite una maravillosa licencia en el epílogo de este filme. Lo que ocurrió, ocurrió y Sharon Tate fue asesinada, pero el cine puede hacer el milagro de cambiar los hechos, aunque haya espectadores enfadados por cambiar una realidad (malentenderla en la pantalla) que el cine no es. De ahí el maravilloso epilogo, ejemplo de narración y de contención. Unas imágenes inventadas u otras, el falso casting de La gran evasión, donde un personaje puede ser sustituido por otro.
Se le puede achacar su elevado metraje, cerca de tres horas. Probablemente se podrían haber suprimido algunos instantes. Sea como sea, la película es un disfrute en la que sí, es normal, existen baches narrativos.
Sobre todo quiero destacar una gran secuencia: la asistencia como espectadora de Sharon Tate a una película en la que ella interviene. El poder y la seducción del cine, la ilusión y el amor a la profesión de unos artistas que se entregan a los espectadores. Un bello momento.
A pesar de lo largo, recomiendo no se salga corriendo para asistir en medio de los letreros de crédito final al último chiste de Tarantino, haciendo que su actor se dedique a hacer publicidad.
El hotel a la orilla del río (4) de Hong Sang-soo
Soledades
El coreano Sang-soo, nacido en Seul en 1960, ha realizado hasta ahora 27 filmes. Sobre el papel no parecen muchos, pero si tenemos en cuenta que 19 los ha realizado a partir de 1998, la cosa a cambia. Tres films, por ejemplo, ha realizado en cada uno de los años 2013, 2017 y 2018. Habitual representante de su país en los festivales, en España se han conocido de él sobre todo películas realizadas a partir de 2016 y, claro, exclusivamente en cines de proyección en versión original subtitulada. Se trata de Ahora sí, antes no (2015), Lo tuyo y tu (2016), En la playa sola de noche (2017), La cámara de Claire (2017) y ésta última de 2018, El hotel a la orilla del río.
Las películas de Sang-soo son todo lo contrario a las de Tarantino: breves, nada espectaculares, de aparentes estructuras simples, historias (pequeñas) cotidianas, en muchos casos familiares, de difícil conexión con espectadores enseñados a ver películas trepidantes. Eso sí, si Tarantino habla de él, de sus egos, Sang-soo también habla de él, pero de sus pequeñas historias personales, familiares. Simples, complejas, dolorosas de amores y desamores, de vida y de muerte.
A partir de Ahora sí, antes no comienza a trabajar en sus películas la actriz y modelo Kim Min-hee (nacida en 1982) y que se convertirá en su amante. En algunos títulos, confesiones personales, plantea su propio problema debatiéndose entre el amor a la actriz y a su mujer. Ha protagonizado también (la pudimos ver no hace mucho en otra película coreana, La doncella) En la playa sola de noche, La cámara de Claire, Grass (no estrenada aún en España) y El hotel a la orilla del río, todos ellos filmes de Sang-soo.
Su último filme, este que ahora nos llega, es al mismo tiempo profundo y sencillo. Lo segundo por lo que, aparentemente cuenta (un padre recibe a sus dos hijos al tiempo que una mujer recibe a una amiga en el hotel del título), lo primero por la cantidad de temas que va desgranando o dejado insinuados.
La soledad de unos personajes en un hotel aislado en un bello lugar cegado por la blancura de la nieve (¡qué prodigio de fotografía en blanco y negro!) da pie a hablar sobre la incomunicación entre las personas, sobre el falso triunfo, el dolor y sobre la muerte.
Como Tarantino engloba dos historias en una. Y lo hace, ese significar a los personajes de ambas historias, de manera perfecta en la primera escena: el padre que espera a sus hijos mira desde la ventana, un pequeño movimiento de cámara descendente deja ver a una mujer situada debajo de la ventana, fuera del hotel. Ella, joven, él, anciano esperan a alguien. Ella a una amiga. El a sus dos hijos. Ambos con sus problemas. Él, un escritor, quiere ver a sus hijos para despedirse, ella se ha aislado para olvidar, o todo lo contrario, la ruptura de la relación amorosa con su amante. Otra vez como en su cine anterior la mujer, o el hombre, enfrentados a el, o la, amante, a lo que supone la existencia del otro. El repensar los hechos, el revisar una situación.
La falta de comunicación de padre e hijos se dará por ese no encontrarse en el mismo hotel, solitario, donde, en habitaciones cercanas se esperan, sentados, sin que nadie se levante para ver si se encuentran en otro lado. Un hombre, el protagonista, que si ha llamado a sus hijos es para despedirse antes de morir, para tratar de encontrarse con ellos. Cómo la mujer trata de encontrar en la amiga un refugio frente a la ruptura que la ha condenado a la soledad. ¿Encuentran ambos lo que buscaban? ¿Ha llegado el hombre a conectar, sentirse cercano a sus hijos? ¿La mujer en el abrazo frío con su amigo encuentra la amistad, la comprensión?
Solitario hotel, reflejo de la soledad de los cinco personajes únicos (seis si unimos a la recepcionista) que protagonizan esta historia sencilla y dura. Un tratado sobre la incomunicación y sobre el desamor. Algo que su director expresa, narra película a película mostrando, además, sus propios problemas, sus carencias, sus dudas y vacilaciones.
No es una película fácil para espectadores rápidos enseñados a filmes de acciones trepidantes, de fáciles degustaciones. Este filme es, como un Bergman o un Antonioni, una desgarrada visión de un mundo sin amor y sin entendimiento.
Escribe: Adolfo Bellido López