LAZZARO FELIZ (4) DE Alice Rohrwacher
Bastante más que un cuento
Alice Rohrwacher, la directora de Lazzaro feliz, es una de las grandes esperanzas del actual cine italiano, en su búsqueda de aquellos inolvidables filmes y directores del cine neorrealista y posteriores. De aquellos excelentes realizadores poco queda. Rodada en 16 milímetros en su primera parte parece fiel al cine de Olmi. Pero la figura del autor de tantas inolvidables obras, sobre las que domina El árbol de los zuecos, no es la única que se intenta hacer un hueco en las imágenes. En ella ante todo reencontramos a Fellini y De Sica. Incluso a Pasolini. De todas maneras el triunvirato Olmi-Fellini-De Sica serán, sí los dominantes, pero siempre leídos por la directora de manera que se acercan a su peculiar mundo y la forma de narrar.
Dividida en dos partes, una referida al campo y otra a la ciudad, con una diferencia de años de una a otra, el filme toma como protagonista a un personaje, Lazzaro, que representa la bondad absoluta casi más que en una representación física en un plano idealista/metafórico.
Lazzaro no es Totó el protagonista de Milagro en Milán porque allí el bueno de Totó no es un ser explotado sino casi una especie de libertador en un mundo de infelices… en su vuelo final hacia los cielos. Aquí no, Lazzaro, bondad absoluta, en su ausencia de malicia, en su mirada limpia e imposible es un ser de otro mundo, tanto de ayer como de hoy o del mañana. En un mundo de pobreza, donde unos campesinos son explotados por una marquesa (la aristócrata) sin ningún miramiento, Lazzaro es explotado, en una cadena cuyo fin llegará hasta el más inocente, por los mismos campesinos.
Lobos y hombres se entrecruzan en este magnífico retrato, lleno de ironía, triste humor (¿Scola por medio?) donde la marquesa y su sequito, venidos de otros mundos, inciden en esa cárcel, falsamente libertaria, en la que han encerrado a sus hacendados mantenidos endeudados y… agradecidos. Parece que estamos en otra época pero los que vienen de allá traen teléfonos móviles, artilugios cercanos. Lazzaro vive allá arriba, en un refugio, fuera del pueblo. Solitario como solitarios son los lobos de los alrededores y que contestan a su llamada. Lobo animal-lobo hombre que se desdobla en el personaje del hijo de la marquesa, desclasado, sin rumbo pero que no termina por escapar de él, por tomar una solución en su intento de pactar, a su manera, con los otros. Representa la decadencia de una clase sin integración en ninguna. Otra especie, pero distinta, de lobo solitario, como lo es Lazzaro.
El final de la aristocracia y su sustitución por otro ente o sociedad dominante, referida a la segunda parte del filme, enlaza con un cierto cine viscontiano como si la directora quisiera también incluir al milanés en su caminar por el reconocimiento del buen cine italiano.
El gran engaño aireado de esa forma en titulares de la prensa, dando a conocer la esclavitud de unos campesinos por la aristócrata (por cierto basado en un hecho real) da pie (falsamente) a romper la esclavitud y poner en evidencia los manejos de una clase en su ostentación del poder, da paso a la segunda parte. Los campesinos serán trasladados a la ciudad. Su tierra la que han trabajado, pero no es suya, queda solitaria, estéril, moribunda. Lazzaro morirá. Es el final de lo que llamaríamos la primera parte.
En el intermedio, que señala la división entre ambas partes, una voz en off, una narradora inexistente hasta el momento, cuenta un cuento. No hay ruptura, en realidad todo, Lazzaro por supuesto, forma parte de un cuento, de un relato fantástico o de una hermosa parábola sobre la tierra y los seres, sobre los dominados y los dominadores, sobre el campo y la ciudad, sobre, también, el tiempo que, de una manera u otra, vuelve a repetir los mismos actos: lo único que cambian son los actores principales o, mejor, los dominantes carceleros. En el cuento narrado se habla de lobos y de hombres. Han pasado varios años, un lobo se acerca a Lazzaro para despertarlo o insuflarle vida. Lazzaro, en su resurrección, seguirá siendo el mismo de antes. Y se pone en camino primero para descubrir el abandono de su pueblo, después para marchar hacia la ciudad lejana. Un encuentro con unos curiosos ladrones le pone en el camino. No ha reconocido, en ellos, a los campesinos de antaño.
La segunda parte, ya abandonada la voz en off, transcurre en la ciudad. Allí tomaremos contacto con los conocidos de la primera parte: malviven en la ciudad, convertidos en vagabundos por su parte el hijo de la marquesa (muerta ella) está arruinado aunque sus plantes son de señorito: invita a una (aparente) ostentosa cena a Lazzaro y quienes le acompañan. Todos ellos reconocerán a Lazzaro. Por él no han pasado los años, por los otros sí. Si la primera parte es una descripción magnífica del campo donde los campesinos eran oprimidos, la segunda, prodigio de ironía, muestra su deambular por la ciudad. Son los desheredados de siempre, los que nunca han tenido nada.
Esta parte, en la que aristocracia desaparecida ha sido devorada por la economía pujante del capital (simbolizada en el poder de los bancos), contiene secuencias magníficas: la marcha de los desheredados de siempre acudiendo a la invitación de una falsa comida suculenta dada en un inexistente palacio por el arruinado hijo de la marquesa (la compra de los pasteles y su entrega para que coman los que les habían invitado es soberbia en todo el desarrollo, en la forma de contarse) y, sobre todo, la secuencia de la Iglesia en ella, al sonido de la música de órgano, acuden, con Lazzaro, los vagabundo, y allí, de una iglesia casi vacía (el concierto es solo para invitados dirá ahora una monja carcelera), son expulsados, pero, eso sí, Lazzaro hará posible, con su propia magia (su mirada), que la música se vaya (escape) de la iglesia y sea la compañera de los vagabundos.
Sólo queda el final, el sacrificio, la segunda muerte de Lazzaro al enfrentarse al robo (el dominio) que ejercen legamente los bancos (¿suena de algo?): han absorbido, incluso, las riquezas de la aristócrata. Son (el nuevo engaño) los actuales carceleros. En su enfrentamiento en el banco, Lazzaro morirá, sacrificado, sin piedad, por el propio pueblo.
Aún falta el plano final: un lobo abandona la ciudad. El símbolo, la parábola, cierra una hermosa y sugerente película, de lo mejor estrenado este año. El lobo opta por irse lejos. ¿Qué sitio puede encontrar para vivir? Difícil respuesta pero quizá, en algún sitio, haya un lugar para vivir sin engaños, sin carceleros. Sin duda, en otro tiempo, Lazzaro volverá a resucitar
BERGMAN, SU GRAN AÑO (3) de Jane Magnusson
Acercamiento a la vida y a la obra de Ingmar Bergman.
La directora sueca es una entusiasta especialista de la obra de su compatriota. En su último filme trate de adentrarse objetivamente en la vida y obra de Bergman, desvelando su compleja personalidad. Autora también de una miniserie de televisión de 260 minutos, Bergmans videos (2012) y del filme Descubriendo a Bergman (2013), siendo codirector, en ambos casos, Hynek Pallas.
Para conmemorar el centenario del nacimiento de Bergman (nació el 14 de julio de 1918 y murió el 30 de julio de 2007), Jane Magnusson, nacida en 1968, nos ofrece (en solitario) un filme en el que, partiendo del año 1957, en el que Bergman realizó sus primeras películas aclamadas a nivel internacional, ahonda en la figura del director: su vida y su obra son desmenuzadas, en la medida que es posible, acudiendo a entrevista con personas cercanas (su hermano), con quienes trabajaron con él o, incluso, con admiradores de su obra.
En total Bergman, tanto para cine como para televisión, unos setenta largometrajes. En 1957 realizó El séptimo sello y Fresas Salvajes junto a En el umbral de la vida, al tiempo que dirigió cuatro obras de teatro y mantenía cuatro relaciones sentimentales aparte de su matrimonio (una de las mujeres se convertirá en su quinta, y última, esposa). Bergman, en ese año comenzó a ganar premios: es, sin duda, el director más premiado de la historia del cine. Nada menos que recibió tres Oscar más otro honorífico por el conjunto de su obra. Aparte de distintos premios recibidos en los festivales de cine de Cannes y Vencía, en ambos le fue entregado un premio especial por su contribución al arte cinematográfico.
El documenta largo, erudito, apasionante y agotador presenta tanto la vida como la obra de Bergman. Una vida llena de contradicciones, ocultada (o alterada) incluso en los libros autobiográficos que escribió. Su vida, sin embargo, se puede rastrear a través de sus películas: en ellas no sólo aparecen sus dudas, pensamientos, también su propia existencia.
El documental deja pocas cosas por tocar: su simpatía por el régimen nazi hasta cercana la década de los cincuenta, los castigos a los que fue sometido por su padre pero que en realidad eran infligidos a su hermano, el desprecio y maltrato a los que le hacías sombra o se atrevían a considerar como sus sucesores. Imágenes documentando al personaje y a la época, entrevistas, desmenuzamiento de sus filmes aparecen en este interesante filme, que supone una aproximación y al mismo tiempo una indagación a, y sobre la, vida de un gran realizador. Lástima que el filme casi se haya estrenado a hurtadillas, lo que ha impedido ser visto por los cinéfilos en general, o por los, en particular, interesados por la obra del maestro sueco.
Escribe: Adolfo Bellido López