Madrugamos,
y en seguida nos percatamos de que ese sábado 16 de enero iba a ser fresco. En
el punto de encuentro para subir al autobús ya pudimos reconocer algunas caras de
anteriores excursiones y tomar nota de otras nuevas, todas con esa expresión
infantil –una bendición a nuestras edades- de ilusión por la aventura a
emprender. El autobús, tras algo más de hora y media de trayecto, nos dejó en
Font d’en Ferris, al inicio del sendero que nos disponíamos a recorrer y que
bordea en parte el Barranc de Tarongers. Hacía rato que el sol brillaba por el
este anunciando un día precioso.
y en seguida nos percatamos de que ese sábado 16 de enero iba a ser fresco. En
el punto de encuentro para subir al autobús ya pudimos reconocer algunas caras de
anteriores excursiones y tomar nota de otras nuevas, todas con esa expresión
infantil –una bendición a nuestras edades- de ilusión por la aventura a
emprender. El autobús, tras algo más de hora y media de trayecto, nos dejó en
Font d’en Ferris, al inicio del sendero que nos disponíamos a recorrer y que
bordea en parte el Barranc de Tarongers. Hacía rato que el sol brillaba por el
este anunciando un día precioso.
Nada más descender del vehículo, un viento
frío nos azotó por sorpresa y con pocos miramientos. Cada cual iba bien equipado
para defenderse del mismo. Sugería ponerse en marcha sin pérdida de tiempo para
que fuera nuestro propio esfuerzo físico el que mantuviera el calor de nuestros
cuerpos. La senda al principio llana, nos fue adentrando en una zona sombría, en la que, da tanto en
tanto, aparecían restos de antiguas edificaciones, ahora en ruinas, el Molí de
Lluna, el Molí de Pepe Juan, el Moli de Pas, que antaño albergaron actividades
económicas desaparecidas.
frío nos azotó por sorpresa y con pocos miramientos. Cada cual iba bien equipado
para defenderse del mismo. Sugería ponerse en marcha sin pérdida de tiempo para
que fuera nuestro propio esfuerzo físico el que mantuviera el calor de nuestros
cuerpos. La senda al principio llana, nos fue adentrando en una zona sombría, en la que, da tanto en
tanto, aparecían restos de antiguas edificaciones, ahora en ruinas, el Molí de
Lluna, el Molí de Pepe Juan, el Moli de Pas, que antaño albergaron actividades
económicas desaparecidas.
La senda comenzó a hacerse más estrecha y más
empinada. Bordeaba un desnivel por lo que el grupo la recorría en fila india y
en silencio, con nuestras mochilas a cuestas, con bastones de montaña, con paso
ligero. Al mismo tiempo, la vegetación iba transformándose, desapareciendo los
árboles altos, despejando el horizonte y permaneciendo sólo matorrales bajos
sobre un terreno pedregoso limitado por masas rocosas cada vez más imponentes.
La naturaleza se mostraba poderosa, desnuda, sólida y, mientras la
transitábamos, cada vez con mayor dificultad pues no dejábamos de subir, te
hacía sentir su grandeza, en contraste con la pequeñez de nuestra humanidad.
Calculamos que habríamos caminado unos siete kilómetros, mi impresión fue que
más del ochenta por ciento de subida, cuando por fin coronábamos. Parar,
respirar hondo, mirar hacia el horizonte, hacia los diversos horizontes que
marcan los puntos cardinales, e iniciar el descenso con el corazón alegre y con
cuidado, mucho cuidado, porque la senda sobre roca y cubierta de piedras
pequeñas, era engañosa y resbaladiza.
empinada. Bordeaba un desnivel por lo que el grupo la recorría en fila india y
en silencio, con nuestras mochilas a cuestas, con bastones de montaña, con paso
ligero. Al mismo tiempo, la vegetación iba transformándose, desapareciendo los
árboles altos, despejando el horizonte y permaneciendo sólo matorrales bajos
sobre un terreno pedregoso limitado por masas rocosas cada vez más imponentes.
La naturaleza se mostraba poderosa, desnuda, sólida y, mientras la
transitábamos, cada vez con mayor dificultad pues no dejábamos de subir, te
hacía sentir su grandeza, en contraste con la pequeñez de nuestra humanidad.
Calculamos que habríamos caminado unos siete kilómetros, mi impresión fue que
más del ochenta por ciento de subida, cuando por fin coronábamos. Parar,
respirar hondo, mirar hacia el horizonte, hacia los diversos horizontes que
marcan los puntos cardinales, e iniciar el descenso con el corazón alegre y con
cuidado, mucho cuidado, porque la senda sobre roca y cubierta de piedras
pequeñas, era engañosa y resbaladiza.
Divisamos la ermita de Sant Antoni y como
era la víspera del santo, una multitud se congregaba en su puerta acompañados
de sus animales de compañía para recibir la bendición. Seguimos bajando y en
algún momento, de pronto, surgió ante nosotros el pueblo de Bocairent. Este
momento merece un punto y aparte.
era la víspera del santo, una multitud se congregaba en su puerta acompañados
de sus animales de compañía para recibir la bendición. Seguimos bajando y en
algún momento, de pronto, surgió ante nosotros el pueblo de Bocairent. Este
momento merece un punto y aparte.
Bocairent
se yergue sobre una colina de piedra, de forma que es un inmenso otero desde el
cual contemplar un paisaje único y bellísimo allí donde se dirija la mirada.
Tiene fama de ser uno de los pueblos más hermosos de la Comunidad Valenciana y
lo es, tanto observándolo desde fuera, desde ese punto del camino en el que se
te aparece por vez primera y conforme te vas acercando a él, como desde su
interior, recorriendo sus calles, pulcras, sinuosas, pocas veces llanas, con
abundantes macetas, muestra del amor que sus vecinos le profesan.
se yergue sobre una colina de piedra, de forma que es un inmenso otero desde el
cual contemplar un paisaje único y bellísimo allí donde se dirija la mirada.
Tiene fama de ser uno de los pueblos más hermosos de la Comunidad Valenciana y
lo es, tanto observándolo desde fuera, desde ese punto del camino en el que se
te aparece por vez primera y conforme te vas acercando a él, como desde su
interior, recorriendo sus calles, pulcras, sinuosas, pocas veces llanas, con
abundantes macetas, muestra del amor que sus vecinos le profesan.
Aquí el grupo
se dispersó, parte fue a visitar les Covetes dels Moros y la Cova de Sant Blai,
parte optamos por callejear por el centro y acercarnos a su famosa PlaÇa de Bous, construida en 1843
y totalmente excavada en la roca, lo que la hace única. Tiene un aforo de 3.760
localidades y fue una obra emprendida
por el Ayuntamiento en una época de enorme crisis económica para dar trabajo a
sus habitantes y que no se despoblara el pueblo. Una aplicación local de las
teorías de Keynes de lo más interesante. Merece la pena visitarla.
se dispersó, parte fue a visitar les Covetes dels Moros y la Cova de Sant Blai,
parte optamos por callejear por el centro y acercarnos a su famosa PlaÇa de Bous, construida en 1843
y totalmente excavada en la roca, lo que la hace única. Tiene un aforo de 3.760
localidades y fue una obra emprendida
por el Ayuntamiento en una época de enorme crisis económica para dar trabajo a
sus habitantes y que no se despoblara el pueblo. Una aplicación local de las
teorías de Keynes de lo más interesante. Merece la pena visitarla.
Apresuramos
luego el paso porque nos esperaba uno de los momentos más dichoso de los
senderistas: la comida en el restaurante bar el Ravalet. El programa anunciaba
como plato fuerte el gazpacho manchego de Mariola y no defraudó.
luego el paso porque nos esperaba uno de los momentos más dichoso de los
senderistas: la comida en el restaurante bar el Ravalet. El programa anunciaba
como plato fuerte el gazpacho manchego de Mariola y no defraudó.
Meloso, en su
punto de cocción, abundante, necesario, incluso, para reponer fuerzas. Es
también el momento de afianzar amistades. En las tiendas de productos
artesanales del centro se podía adquirir tarros de pericana, un entrante de la
zona con pimientos secos, bacalao y aceite de oliva que está para chuparse los
dedos, miel de romero y de tomillo, paté de tomates secos, una exquisitez poco
conocida, aceite de oliva y productos textiles. Un buen paseo después para
acabar de conocer el pueblo y favorecer la digestión, la foto del grupo en la
plaza mayor y el regreso, alegres y cansados, preguntando por cuál será la
próxima excursión.
punto de cocción, abundante, necesario, incluso, para reponer fuerzas. Es
también el momento de afianzar amistades. En las tiendas de productos
artesanales del centro se podía adquirir tarros de pericana, un entrante de la
zona con pimientos secos, bacalao y aceite de oliva que está para chuparse los
dedos, miel de romero y de tomillo, paté de tomates secos, una exquisitez poco
conocida, aceite de oliva y productos textiles. Un buen paseo después para
acabar de conocer el pueblo y favorecer la digestión, la foto del grupo en la
plaza mayor y el regreso, alegres y cansados, preguntando por cuál será la
próxima excursión.
Texto: María
García-Lliberós.
García-Lliberós.
Fotografías: Rodrígo Muñoz y Alfredo Domínguez.