EL VICIO DEL PODER (3) de Adam McKay
¿Sólo un Vicepresidente?
Adam McKay (1968) productor, actor, guionista y director tanto de cine como de televisión, se dio a conocer en el famoso programa televisivo Saturday Nigh live como guionista de varios episodios desde 1995 a 2001. Su primer trabajo para el cine, como coguionista y director, fue El reportero: La leyenda de Ron Burgundi (2004). Su filme de más interés será La gran apuesta (2015) en el que se mira sobre la gran crisis bancaria. Dos años antes vuelve a tomar al personaje de su primea película (Ron Burgundi), como si de esa manera intentara cerrar toda una etapa.
Después de La gran apuesta realiza la actual El vicio del poder mientras actualmente rueda (como formando una trilogía) Bad Bloodm sobre una empresaria americana fundadora de una de las más importantes compañías de Silicon Valley. Entre medías de La gran apuesta y El vicio del poder dirige varios episodios de la serie La sucesión sobre una familia multimillonaria. Filmes todos ellos que se centran en los vicios del poder.
Si tuviéramos que pensar en influencias o en películas parecidas, aunque sean muy diferentes, pero cuya identidad corresponda a la tesis y la forma, desde la caricatura a la mala uva, en ser tratadas habría que pensar en los (falsos) documentales de Michael Moore.
Absurdamente en España el filme se le ha dado un título que no se corresponde con el (irónico) original. Simplemente era vice nombre que hace alusión también al de vicepresidente.
La película se centra en la vida de Dick Chaney , el que fuera todopoderoso vicepresidente de Bush Jr. Biopic duro, con mucha mala uva, en el que se descubre a un personaje indigno, elevado al poder por encima de sus nulos meritos, dispuesto a pasar (aplastar a quien sea) por encima de unos y otros hasta llegar a lo mas alto.
La primera parte, la mitad aproximadamente, cuenta su ascensión hasta llegar a lo que se supone puede ser el punto máximo de su vida. En ese momento donde la riqueza y la vida le sonríe, la película se corta, mejor dicho anuncia su (primer) final. Aparecen los letreros que nos indican más o menos que los Cheney adquirieron fama y felicidad viviendo en ella hasta… y después se iniciar los consabidos letreros de crédito finales, pero, ojo eso no es más que una especie de intermedio o un corte entre un final feliz al que se escatima lo que vendrá después. Es cómo decir, ¿cree usted que ha visto todo sobre tan cretino personaje? Pues no, aún viene lo peor. Y lo peor es que se convertirá en vicepresidente o, mejor, en un presidente en la sombra ya que su alargada sombra va a anular a alguien más inepto que él, a Bush Jr.
El vicio del poder repasa unos años de la historia de una degradada, y desagradable, América que culminaría, tras la esperanza que supuso el gobierno de Obama, en la vulgaridad, ordinariez del inepto actual presidente norteamericano, tan peligroso, o más, que Cheney.
La película construye y deconstruye la vida de Cheney a través de imágenes documentales, utilizando frases que de vez en cuando aparecen en la pantalla, así como diferentes tipos e formato. Una mezcla que siente bien al filme, consiguiendo momentos bien construidos: la
duda de Cheney en aceptar el cargo de vicepresidente ya que un vice, se dice, no es nadie… (algo que dará la vuelta al imponerse al Presidente: estupendas las conversaciones con Busch Jr.); ,los momentos que reproducen el 11-S; toda la parte que señala la llegada a la Presidencia de Carter y la posterior- con el cambio de planteamientos- de Reagan, la elección (engañosa) de Bush Jr.
Si los Oscar fueran justos, Chistian Bale, sin duda, sería el que obtendría el del mejor actor. No sólo por haber engordado hasta parecerse a Cheney sino porque en realidad Bale es Cheney. El director consigue que cada intérprete se convierta en el personaje que representa hasta hacernos dudar si son ellos o los verdaderos Donald Rumsfeld , Colin Powell, Bush Jr…
En ciertos momentos se corta la acción y se reconduce al espectador a unos presumibles grupos de trabajo o de estudios donde debaten los personajes (desde la ficción) ciertos puntos sobre sucesos, la política…, el final nos reserva una doble sorpresa que muchos espectadores, presurosos por no sé sabe muy bien qué, se perderán. Así después de los letreros que indican lo que ha ocurrido con los personajes principales, comienzan los créditos acompañados de una música, muy conocida, representativa de América: la canción-baile del garaje dominado por Anita (Rita Moreno) en la película West Side Story. Perfecto cierre melódico y, explicito, sobre el retrato de la América que se nos ha dado. Dos hombres discuten, más o menos, sobre si es un panfleto de izquierdas válido o un bodrio que nunca debió hacerse. Mientras tiene lugar esa (acalorada y amenazante) discusión, la cámara retrocede hasta mostrar a dos chicas jóvenes ajenas (como casi todos los del grupo que, en corro, permanecen sentados) a la discusión, charlan, ajenas a lo demás, de sus cosas… ¿Y cuál es esa cosa? Saber, para no perderse, cuando se estrenará la nueva película de la franquicia Fast & Furious. Nada más. Así de simple se presenta cual el interés, y no sólo en América, de la juventud sobre determinado tipo de filmes. Cada uno que saque la correspondiente conclusión.
The old man & the gun (3) de David Lowery
El tiempo pasará…
David Lowery (1980) es un curioso realizador, cambiante en sus películas de género, capaz de realizar filmes tan atípicos como A Ghost story al tiempo que se enfrenta a una nueva versión de Pedro y el dragón. O ahora después de The old man & the gun está preparando Peter Pan. Aparte de director de cortos y largometrajes, ha trabajado también para televisión, es también montador de la mayor parte de las películas que dirige.
El comienzo del filme viene precedida por el consabido letrero de Basado en hechos reales, algo que a veces se funde con la más completa irrealidad. En realidad lo de menos es si aquello, lo que vemos, es algo real o no, lo importante es que el desarrollo de la película presente una cierta verosimilitud respecto a la realidad, los personajes suenen a vivos. En ese sentido la película cuenta con ello, con eso y más allá, porque la historia de Forrest Tucker ese ladrón de bancos de toda la vida, ladrón, simpático, no violento, y que es ladrón porque no sabe hacer otra cosa, porque necesita hacer algo y eso es lo único que sabe. Todo ello puede fácilmente relacionarse, pasando a otra profesión, a la vida del propio Redford, centrada en el ejercicio cinematográfico ya bien como actor, director o dinamizador de un festival de cine. Su vida es volver. En laguna declaración Redford ha dicho que esta será su último papel en el cine,
que no volverá a interpretar otro filme; su edad -82 años- parece le lleva a tomar esa decisión. Tucker, en esta película, en los momentos más emotivos, decide dejar de robar y asentarse en una vida tranquila. Pero la acción le puede y vuelve a robar. ¿Le pasará igual a Redford, sentirá el mono del cine?
La nueva película del realizador de A ghost story supone sobre todo un ejercicio de nostalgia por unos personajes, y con ellos, con su presencia, de un cine ya ido. La historia de ese buen hombre ladrón de bancos, simpático, bonachón es un resumen de la propia historia cinematográfica de Robert Redford, en la que se dice será la última película en la que trabajará. Al final del filme hay un repaso del personaje protagonista en la que aparecen imágenes de algunas películas del actor y muy especialmente de La jauría humana de Arthur Penn. Dónde, cómo aquí, pero con muchos años menos, representa a un fugitivo.
Junto a Redford aparece otra de las grandes actrices del cine, Sissy Spacek, y entre ambos intérpretes existe una maravillosa química. Excelentes ambos. Una preciosa historia de amor, de las más bonitas que nos ha ofrecido el cine actual, la que corresponde a esta relación de toma y daca, de idas y vueltas, de intentos y renuncias.
La historia de ambos se come el resto y al resto. Cassey Affleck, como el cazador del Redord, y al mismo tiempo su distanciado admirador, carece de interés. Más bien su presencia es innecesaria y despistante en el filme. Lo que importa es Redford/Tucker y sobre todo su relación con Sissy/Jewel.
En la parte final se enfrenta Tucker a dos dilemas, pruebas: el ser fiel o no a una promesa, que en cierto punto supone coartar su libertad tanto real (en su forma de ser y de obrar cómo supone el fugarse de la cárcel) como simbólica (alcanzar la libertad): una forma de ser fiel a la palabra dada a la mujer. La segunda supone el dejar su vida asumiendo otra: acción frente a monotonía, buscar la aventura en todo momento contra el asentamiento en la vida diría, repetitiva, vulgar. Está claro cuál es la opción de Tucker, después de haber valorado lo que tiene y lo que ha dejado. ¿Se enfrenta el propio Redford a su futuro después de haber prometido dejar lo que ha sido su vida?
De todas maneras antes de ser apresado nuevamente, podrá hacer algo que nunca ha hecho: montar un caballo. Siempre la vida da nuevas oportunidades. Y, seguro, se las dará también a ese buen actor, buena persona, defensor de causas perdidas, fustigador del reaccionarismo y luchador por la unidad (y los derechos) de los seres humanos, que es Robert Redford.
Para que no quedaran duda que la película también va sobre, en definitiva, el mismo cine y sus historias, en un momento determinado Jewell y Tucker van al cine para ver un filme… que habla sobre el mundo del cine y el tiempo que pasa.
La favorita (1) de Lanthimos
Insuficiente exquisitez
El cine del griego Lanthimos ha sido siempre discutible y discutido. A veces enigmático, demasiado denso, repetitivo, claustrofóbico, envolvente en ideas simples pero a las que quiere, en su sentido oscuro, dotar de una importancia desmesurada. Es, en general, un cine
estirado menos importante de lo que él cree. Si nos ceñimos únicamente a las películas estrenadas en España (salvo tres cortos y sus dos primeros largometrajes todo el resto de su filmografía, es decir 5 filmes) existe un claro arribismo personal embutido en el ansia de un director-autor. Si, su primer título conocido, Canino desde su aparente simplicidad, y su metafórico desarrollo presagiaba una apuesta por un lenguaje abierto, novedoso. El segundo, Alps, no era sino un calco del anterior, el tercero, en una apertura internacional, Langosta, sin renegar del cine anterior, procuraba una línea más abierta al espectáculo por mor de la esencia del propio relato por el que caminada desde Bradbury/Truffaut hasta, o sobre todo, Buñuel. Puede ser que fuera un filme más preciso, de mejor técnica pero había perdido frescura. El siguiente, y anterior a La favorita, El sacrificio de un ciervo sagrado, no hacía sino ratificar lo temores por un cineasta perdido en la búsqueda de un estilo o que se traicionaba en función de la comercialidad amparado en interpretes conocidos y en una realización dominad por una embobada escenografía
Los temores que nos asaltaron en aquel ciervo donde parecía enrocarse en el encuentro- imposible- con el cine de Bergman o Haneke, se refuerzan ante su último filme, un ejercicio fallido sobe el domino, la avaricia, el poder, ejecutado por tres grandes (lo mejor del filme) al que quiere dar la calidad de un grandioso espectáculo operístico y al que seguro (salvo que la nadería que es Green Book le amargue la existencia) la academia de Oscar obsequiara con varios Oscar.
Una plástica servida por distorsionados juegos de espejos y equivocados puntos de vista donde domina el objetivo ojo de pez, en un intento de deformar lo que vemos y los personajes. Un punto autoral como referencial a la hipocresía y falsedad de lo que vemos. Tan elemental como ingenua y recargada forma de expresarlo. De todas manera el afán redundante, repetitivo es el eje de la película que dice lo que quiere decir en escaso tiempo, que termina alargando hacia la exageración como si Lanthimos se recrease en la propia insulsez donde lo brillante alcanza rasgos de fealdad.
Detrás del (inocuo) preciosismo está sin duda la sombra (alargada) del Stanley Kubrick de Barry Lyndon, aunque la diferencia entre la estética recreativa de una época del director de 2001, una odisea del espacio y la falsaría reproducción cromista de Lantymos sea abismal. No contento con invocar al maestro, su filme, en el vocabulario o en algunas resoluciones, sigue la línea marcada (aunque existen otros ejemplos en el pasado mejor hilvanados) por Sofia Coppola en Maria Antonieta consiste en dar visos a la historia con anacronismos ambientales o de diálogos. Así en La favorita, el director griego, hace que los personajes hablen como en el hoy en sus palabrotas, insultos o frases, al tiempo que algunas acciones las filman con una óptica actual o más allá… ¡Que no falte nada a tamaño e indigesto coctel! El ejemplo más claro estaría en la secuencia del baile palaciego, horror de horrores en su concreción, filmación e idea.
Equivocada en su estética, lastrada en el afán del director por mostrarse como importante, carente de ritmo y embarrancada en sus ideas y en la reiteración de las acciones, la película se asiente, eso sí, en tres excelentes actrices, que, cada uno, en su preconcebido papel, dan lo mejor de lo mejor. Ellas, por si mismas, son capaces de sacar adelante un filme hundido por las
pretensiones de un realizador que se cree el ombligo de gran parte del mundo del cine. Ojalá Lanthimos despierte un día y decida volver a sus origines. Lo agradeciéramos
Escribe: Adolfo Bellido López